MI DISPUTADO VOTO

MI DISPUTADO VOTO

Y por fin me tocó. Tras una larga espera llegó mi turno, ya casi creía que era un engaño, porque parecía que nunca iba a llegar. La primera vez y la más difícil por ser la más grande e importante. Aunque todas los son, ésta cruza fronteras y por ello no había que tomárselo a la ligera, al menos desde mi modesta y reciente opinión.

Mis primeras elecciones –casi parece el título de un libro infantil, y más o menos esa ha sido mi actitud, ya que no he visto otra persona que le haya dedicado más tiempo y le haya dado más importancia que yo. He llegado a tener miedo de mi mismo-; aunque es verdad que he vivido muchas elecciones y muy diferentes, no había sido hasta este año cuando me han dado la oportunidad de ejercer la segunda característica de todo ciudadano –cuanto más me oigo, más me estoy sorprendiendo-, el deber. Todos tenemos derechos y hay que luchar por ellos en la calle y en la urna, con pancartas y con votos, y más aún en estas elecciones. ¿Por qué es en estas elecciones cuando más hace falta una lucha a través del voto?; ¿por qué hay que darle más importancia que a otras?; y algo principal, ¿por qué un joven votante como yo vive con tanto entusiasmo unas elecciones?
A la última pregunta solo puedo decir que me deis la opción de soñar hasta el último momento. Cuando abra los ojos, si es que hay que abrirlos, ya os daré la razón. Mientras tanto me tomo la libertad de coger con ganas un acto muy reciente, tanto para mí como para el resto de personas, porque no hace tanto como pensamos desde que tenemos la opción de elegir, a pesar de que esta práctica sí que la ejercían otras personas de países que parecían lejanos. ¿Quién de todos será el diferente?; ¿cuál de las dos caras de la moneda es la mejor, la del país que ya tenía la opción democrática desde hace tiempo y lo viven como si no fuera a haber otra o la de los ciudadanos que reclamaban este derechos durante décadas y una vez que ya han entrado en la crisis de los 40 sin ni siquiera haberlos aún cumplido?
Sin embargo, retomemos las primeras preguntas: la razón de la que haya que darle una mayor importancia a estas elecciones se debe al resultado de ellas, porque el parlamento que saldrá de estas impondrá la política que seguirá Europa y que puede mejorar la situación de los países y de las familias que en estos momentos viven una dura situación o acabar definitivamente con todo. Por ello, estas elecciones me han llevado a pensar el por qué votar una vez dentro del país y después para el resto del continente, ya que lo que digan estos últimos será lo que se establecerá dentro de las fronteras; para ello eliminamos el intermediario del presidente y directamente votamos a los dirigentes europeos, que básicamente hacen lo que “aconseja” el país germano. En definitiva, votemos a Angela Merkel –es un consejo del Ministerio de España, Gobierno de Alemania-.

Por ese motivo pienso que estas elecciones han sido tan importantes y por ello, porque de aquí sale el futuro de los europeos, de las familias, de nosotros, he querido compartir, con todo aquel que se atreva a leer estas palabras de un joven enloquecido y entusiasta, el largo recorrido que tuve que dar hasta llegar al final, al punto de partida de todo nuestro futuro, por ello quería que supierais mi particular camino a la libertad.
Todo esto comenzó hace unos meses; aunque, en realidad, ya lleva unas décadas funcionando, o al menos intentando hacerlo funcionar, yo no he tenido la oportunidad de vivirlo en primera persona, en la misma línea de batalla (nunca mejor dicho). Esta agigantada ilusión creo haberla tenido siempre, y la verdad es que no lo entiendo. Claro que es algo que no hay que tomárselo a la ligera ni con actitud burlesca, pero tampoco es necesario vivirlo como si la vida te fuera en ello, y casi me va en ello porque estoy tan eufórico que me va a dar algo. Recuerdo que cuando era más pequeño, hace seis o siete años, tuvieron lugar unas elecciones como otras cualquieras. En ellas se enfrentaban Zapatero y el actual ministro de España, Rajoy. Yo aún era un joven sin conciencia plena ni con intención de tenerla algún día, lo único que me motivaba era vivir en paz, disfrutar con mis amigos y, de vez en cuando, dormir (más o menos como ahora). Sin embargo, el día de las elecciones para mí ya era sagrado, desde los primeros especiales de la mañana donde salen imágenes de la jornada de reflexión del día anterior, así como recopilatorios de los mejores discursos y ataques de los contrincantes, hasta el recuento de votos. Este último momento del día me encantaba, disfrutaba como nadie lo hacía. Me sentaba en el sofá y no me despegaba de la televisión hasta que acababan (se cansaban antes los del escrutinio que yo; incluso pienso que contaban los votos únicamente para mi disfrute). Aquello era fantástico: las cifras subiendo, enfrentándose, amabas reñidas hasta el final y yo con la expectación y los nervios a flor de piel por saber quién sería el presidente (diré que venció Zapatero). También cabe destacar que mi abuelo era el encargado de llevar el recuento final de votos desde mi pueblo, Cedrillas, hasta Teruel capital (sí que existe), y yo le acompañaba en ese recorrido. Rodeado de esa tranquilidad, el viaje se me hacía demasiado corto, agarrando con todas mis fuerzas la carpeta que llevaba el resultado y que, al menos eso quiero creer, llevaban la parte decisiva que decidía quién de los dos candidatos iba a salir elegido. Así pues mi afición por las elecciones no sé si tiene alguna explicación lógica, lo que sí se es que aumenta con cada una que pasa y, si no sé los motivos por las que estaba deseando que llegara el momento de que me convocarán para votar, al menos sí quiero conocer las razones por las que voto a uno y no a otro, y esta larga reflexión, la primera de muchas otras que vendrán (al menos eso espero), me han llevado a pasar unas semanas de duro trabajo y largas listas de pros y contras (curiosamente siempre había más de lo segundo).

Así pues voy a intentar relataros, intentando no ponerle demasiado entusiasmo y dejando a un lado lo que parece locura electoral, cómo viví yo estas elecciones, las más importantes a mi parecer, ya que en ellas se decidía el futuro de Europa, y a su vez unas elecciones muy difíciles (yo no pensaba que elegir costara tanto), debido a la cantidad de partidos que había; -<<cada día aparecía uno nuevo>>, pensaba-.
Esta historia comenzó, más o menos, el día en que comenzaron a aparecer, sigilosa y moderadamente, anuncios de las elecciones que se celebrarían en toda Europa. Yo en ese momento no le di demasiada importancia, porque aún no tenía derecho a votar, aunque me quedara poco, y no pensé que en ésta sí que iba a participar. No obstante, conforme se iban acercando los meses, también se acumulaban los años en mí, y en este punto, y con casi dos décadas acumuladas en mi carnet de identidad (perdonad si le pongo más exageración de la necesaria), las cosas se ven de otra manera: existe más responsabilidad, ya se me permite hacer lo prohibido (aunque aconsejan moderación), se me acumulan los deberes y veo con más respeto los derechos, y así una larga lista de razones por las que amar y odiar por igual esa frágil barrera de la mayoría de edad, en la que no sabes por qué sigues siendo joven, pero legalmente te tratan como a un adulto.
De esta manera llegó el mes decisivo, apenas faltaban tres semanas, las últimas para acabar, para llegar al final; sin embargo no solo estoy hablando del mes de las elecciones, sino también de las semanas más importantes del último curso que iba a pasar en el instituto, ese punto en el que te lo juegas todo para avanzar o para detenerte un poco más. Los que hayan vivido este mes me comprenderán, los que se atrevan a pasar el tiempo leyendo estas líneas torcidas mientras a su vez tengan los exámenes a los que me refiero y con los que te salen canas les deseo buena suerte (la necesitareis), y aquellos a los que todavía les falte un poco para alcanzar este curso… bueno, a ellos solo les puedo decir que no es por asustaros, pero coger un libro de santos y escoger a uno para rezarle todos los días. A causa de estos cuatro exámenes diarios, no pude prestarle toda mi atención a las elecciones, y no fue hasta la última semana antes de las elecciones cuando le dedique tiempo, a las elecciones y a descansar.

Comencé por algo fácil, prestando atención a los comentarios que los periodistas y demás críticos hacían de los candidatos; sin embargo, esta fuente de información no era muy de fiar, porque cada uno tira a casa y no sé quién dice la verdad y cuál de ellos no miente. Cuando acabé defraudado de los gritos y demás palabros que he aprendido gracias a estos debates diarios, me decidí por una fuente que confiaba y sabía que iba a ser más fiable: los debates electorales (o como me gusta llamarles: el tú la llevas). Un auténtico espectáculo donde existe un elemento sorpresa… ¿La verdad? No, aún no estamos preparados para tanta emoción. No, la verdadera particularidad de estos debates es el adivinado azar. Todo en ellos es sorpresivo, desde sus anticipados pactos que se saltan a la torera, sus palabras totalmente esperadas, pero dichas con una impresionante demagogia, y por supuesto el particular “tú más” y el “yo mejor”. Ambos candidatos tiran balones fuera, aunque ya hayan prometido no hablar de esos temas, y luego tiran cada uno a su casa, y al final, todos hablan de manera elocuente  (al menos lo recitan de memoria, algunos simplemente lo leen) y acabas quedándote igual, sin saber quién dice la verdad y… Un momento, esto me suena de algo. Por cierto, no solo los representantes de los dos grandes partidos tienen un minuto de gloria, los partidos pequeños, pero con representación, también tienen su oportunidad de decir “todos lo hacen mal”. Al final de la semana acabé agotado, porque lo único que saqué en claro era que ninguno de los partidos políticos hacen las cosas bien, preguntándote, ¿hacen falta unas elecciones para darse cuenta de eso?
Por supuesto no quiero poner una nube negra en la política, sé que no todo es malo y que aún hay que confiar en que existan políticos buenos. Es por ello por lo que le pongo tanta pasión a las elecciones, confiando que de ellas salga un nuevo presidente que transite a algo mejor, merecedor de ser un nuevo ejemplo a seguir (si es que eso es posible).

Finalmente, me puse a leer una por una la propaganda electoral y buscar el pensamiento y los objetivos de los numerosos partidos políticos recién creados y de los que no me llegó ninguna carta. A pesar de todo, no pensé que se me iba a hacer tan duro, y casi agradecí que de esos partidos pequeños no me enviaran nada porque aún así fueron demasiadas cartas. Comencé con ilusión y me encerré en mi habitación para leer todo con tranquilidad; sin embargo, y como ya he dicho, no era lo único que tenía que hacer, y en un lado del escritorio coloqué la gran torre de propaganda y en el otro lado una segunda torre, esta vez de trabajo personal, el último en el instituto, pero el más abundante. Lo tenía claro, primero el deber de estudiante y el segundo, pero no por ello menos importante, el deber como recién ciudadano. Así, acabé todo el trabajo y me dejé para el día siguiente la política. Como el día anterior, quería un ambiente de completa paz, sin nada que me influenciara, y me fui al comedor. Cerré las puertas y coloqué todas las cartas sobre la mesa… 1 2 3 4 5… Aquello no acababa nunca… 6 7 8 9 10… ¿me habré dejado alguna?... En definitiva, aquello ya no era una mesa, entre otras cosas porque no se veía. Eran decenas de cartas flotando en un mar de dudas. Comencé a abrirlas y a leerlas, aunque todas decían más o menos lo mismo; lo mismo que dicen siempre, lo mismo que nunca hacen.
Lo que más me chocaba eran sus eslóganes: unos son ludópatas, y hasta tanto llega su obsesión que su apuesta, lo que ponen en juego para seguir en la mesa, es nada más y nada menos que el futuro; otros, sin embargo, me dicen que soy yo el que muevo Europa, y tienen razón, porque si han de ser ellos… Tienen claro que unidos se consigue hacer fuerza, y afirman con rotundidad que podemos con cualquier cosa.
Entre estos métodos para convencer quiero destacar una anécdota que tuvo lugar pocos días antes de las elecciones. A la salida de mi instituto llegaron un día un grupo de personas en una furgoneta sin ningún tipo de pancarta o símbolo de ningún partido. De ella se bajaron un par de personas que desplegaron en la acera una mesa sobre la que pusieron panfletos y la lista de los candidatos de su partido. De momento todo normal. La particularidad llegó cuando, al pasar delante de ellos, y tras darme uno de esos panfletos, sacaron de una caja que estaba dentro de la furgoneta un bocadillo de chorizo. << ¡Qué bonita metáfora! >>, pensé.

Así pues, y casi sin darme cuenta, llegó el fin de semana, y por si no fueran bastantes las coincidencias, esos mismos días se celebraban en mi pueblo las fiestas en honor a Santa Quiteria (la santa a la que yo me encomendé al empezar el curso). Por lo que tuve mucho menos tiempo para pensar en las elecciones, ni siquiera para simplemente pensar. Y de repente llegó la jornada de reflexión que, cómo no, también coincidían, junto con las fiestas, con la final de la Copa de Europa de fútbol entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid (como comprenderéis, entre los gritos y las celebraciones no tuve tiempo de reflexionar mucho). Pero todo llega a su fin, y cuando acaba una cosa empieza otra, llegando así el gran día, el decisivo, el último. Esa mañana me levanté temprano (no sé cómo) y empecé a repasar de nuevo todos los partidos, todas sus palabras, todo el futuro. Entre hojas y hojas retumbaba el eterno, constante y agobiante péndulo del tiempo… tictac… No sé a cuál, cuál será mejor… tictac… Éste; no, mejor éste… tictac… Ninguno, tal vez todos... tictac...
Al final, la decisión no iba a llegar entre esas cuatro paredes, así que decidí emprender mi marcha hacia el colegio electoral, y durante el camino reflexionar durante los últimos minutos lo que no había podido hacer en semanas. Salí de casa decidido y me puse la chaqueta, porque aunque no hacía frío, el cielo rezaba nubes negras que apenas dejaban pasar unos débiles rayos de sol, enmarcando un precioso paisaje que no pude disfrutar en esos momentos. Alcancé la carretera mirando al cielo y preocupándome de que lloviera, aunque de momento no lo parecía, y emprendí mi marcha y mi juicio final. Al fondo sobresalían un par de grúas de un pasado trágico que construyó un presente negro, por lo que miré al frente, al futuro. El paso era firme y decidido, aunque mi decisión aún no llegaba. En ese momento recordé los comentarios que en las últimas semanas había escuchado de muchas personas que decían que iban a votar a un candidato que se llamaba “Señor Blanco”. Después de repasar varias veces la propaganda no logré encontrar a ese hombre, aunque todos ponían su confianza y su voto en blanco. Pasé por al lado de un local que de pequeño, recordaba, siempre estaba lleno, y ahora tenía un cartel de “se alquila” (éste se encontraba en frente de la Iglesia del pueblo). Tras unos pocos pasos llegué a la plaza del pueblo, el centro de la vida de los paisanos del pueblo. Allí se encontraba el museo, donde se hallaba el colegio electoral;  <<¡Qué ácida metáfora!>>, pensaba. Entré decidido y me dirigí a la mesa que estaba cubierta por todos y cada uno de los partidos que se presentaban y de repente, tras echar una mirada rápida y recordar el pensamiento de cada uno de ello, lo decidí. Por fin lo tuve claro. Metí el panfleto en el sobre y me coloqué junto a la cola. Tras una breve espera, llegó mi turno; después de todo lo ocurrido casi pensaba que nunca me fuera a tocar. Saludé a los que allí estaban, charlé un poco con ellos sobre mi futuro (no podía existir otro lugar mejor para hablar de eso), y metieron mi voto en la urna; <<Urna rima con cuna y con tumba. De mi voto nacerá algo nuevo o morirá definitivamente lo que ya está>>, pensé... Eran las tres de tarde. Tal vez fue una coincidencia; yo prefiero pensar que fue el destino, para hacerlo en honor al hombre que hizo que todo esto fuera posible.

Salí del museo con el mismo paso firme que entré, aunque en vez de pensar qué hacer, ahora reflexionaba si con lo que hice, aprobaría o suspendería. Tras cerrar la puerta, me abroché la chaqueta y miré al cielo. Una pequeña gota me cayó a las gafas y se deslizó lentamente por el ojo y la mejilla: << ¿Será otra metáfora?>>.