Ho, saleta valo
¿Cómo imagináis el Fin del Mundo? ¿Creéis en aquellas
viejas películas llenas de extraños aparatejos, distópicos gobiernos e
infinitos desiertos?
¡Ah no, claro! Tenéis razón, vosotros pensáis en un nuevo
planeta, con una nueva Humanidad, heredera de la nuestra, que aprende de
aquella triste canica azul, que observan como un cuento que jamás se volverá a
repetir. Ojalá ningún otro planeta tenga que vivir
estas mentiras...
No; para nada. El Fin del Mundo no es el fin, porque el
Apocalipsis no es sino la continuación; un penoso punto y seguido dentro de la
mayor Historia jamás contada, y en cuyas portadas solo aparecen anécdotas
puestas allí por trémulas conciencias. Pero, por suerte, yo no soy un guerrero
montado en una moto, ni una amazona de un mundo acuático, ni tan siquiera soy un mensaje lanzado a los
mares del Universo:
Soy A. Zamenhof; aunque, realmente eso no es así. Las
manos que ahora sujetan los cuatro párrafos de mi vida me han querido poner ese
nombre; sin embargo, yo no me llamo de ninguna forma, porque, gracias a quien
sea, no existo, y espero no tener que existir. Solamente soy un producto de la
imagen -que no imaginación- de la cercana realidad.
Podría poner ahora la fecha concreta desde la que se está
dejando este miserable lamento, pero prefiero acercarme poco a poco desde la
más temprana piedra que se lanzó al aqua, generando las incontables
ondas que nos han llevado hasta aquí:
Cuando yo nací, el mundo parecía que entraba en el punto
más incomprensible de su existencia: en un día se alzaban los gobiernos más
esperanzadores que se habían visto en lustros, y horas después se publicaban
amenazas, insultos, calumnias y demás podredumbre, en las telarañas
sociales, emitidas, muchas veces, desde esos mismos gobiernos.
En un mismo día, los gobiernos más inhumanos que se
habían sufrido en años veían desde sus palacios -ya fuesen reinos o repúblicas-
cómo abandonaban a seres humanos a su suerte en la Mar Estigia... ¡Y encima
gritaban 'victoria' por ello! Y en ese mismo día surgían, desde los rincones
más pobres de la vida, voces que guiaban a esas mismas mujeres, niños, ancianos
y, en definitiva, herman@s, hacia sus hogares, compartiendo sus mantas desgastadas,
sus panes ennegrecidos, y sus casas okupadas, que, sin embargo, para aquellas
familias que venían de un exilio forzado -¡no de vacaciones!- les parecía que
eran un milagro sin religión, una ayuda sin raza, un amor sin fronteras...
¡Es que eso mismo es lo que era! Y perdona si me
cabreo en este punto, pero espero que recojas con buena letra, y sin perder una
sola coma, todo lo que estoy diciendo, porque es insoportable que hayan pasado
tantas décadas y sigamos igual.
Y es que, en ese mismo día, en ese mismo momento, en el
que vidas humanas se perdían en guerras absurdas, forzando a otras vidas
humanas a perderse en el mar de la muerte, y llevando a otras vidas humanas a
llorar de risa y a otras a llorar de vergüenza; como digo, en ese mismo
momento, había gobernantes que firmaban "pactos históricos", que no
eran más que pactos hipócritas: por ellos, y por los que lo tuvimos que
soportar:
Mis padres vieron todo ello,
mientras llegaban a casa tras varios días en el ala de maternidad. Siempre
recordarían la cara del de Corea del Norte, que parecía que pedía perdón
mientras firmaba aquellos papelajos junto al Trumpantojo que tenía al lado.
Unos cuantos estrechones de manos, banderitas a sus espaldas, hoteles de lujo,
cuarenta y cinco mil guardaespaldas para cada uno, mientras en sus respectivos
países morían de hambre, frío o derechos sobre las armas. ¿Y si no? Bueno, pues
seguro que en otros países se estaría matando en su nombre.
Y no me pongo a favor o en contra de ninguno de ambos;
los dos son culpables de la misma hipocresía. Ahora bien, que el repeinado
fuera diciendo que ahora es súper amigo del rey comunista me parece del todo
asqueroso; tanto como que el gobernante de nombre imposible tuviera que bajarse
los pantalones y quitar todas las armas nucleares por el bien del mundo... Ya,
claro, como naranjito y sus respectivos antecesores jamás investigaron sobre
esa energía pensando en el mismo bienestar humano.
Además, ellos fueron los únicos en matar con esas armas.
Al menos, hasta el "Día del Ocaso", como lo quisieron llamar en la
prensa, cuando fueron precisamente las armas norcoreanas las que arrasaron
media Asia. Pero aún es pronto para hablar de eso.
Lo cierto es que todo lo dicho hasta ahora sucedió en
apenas uno o dos días, pero sentaron unas bases que, lejos de asustarnos, nos
enseñaron:
La televisión decía que esta nueva generación de
políticos, que salían del mundo más profano, sin ninguna experiencia política,
eran radicales que iban a llevar a sus respectivos países a la ruina. En parte
tuvieron razón. Pero también supusieron una nueva escuela, especialmente, y
como no podía ser de otra forma, el maestro cum laude sería el
Todopoderoso Dólar:
Trump abrió la boca, cerró las fronteras y desató
al mundo: hasta ahora todos sus antecesores habían usado una correcta política
y habían sido políticamente correctos, pero Trump no era político ni correcto,
y empezó a advertir al mundo de la realidad. Lo llamaron la verdad política.
El problema fue que muy pocos quisieron comprenderla, y los informativos solo
relacionaban a Trump con lo que él decía y hacía, pero no todos quisieron saber
que el muro siempre había estado.
Aquello fue solo una mínima parte, y en el Viejo Mundo
pasaba lo mismo: el problema del Mediterráneo siempre había existido, pero solo
en estos momentos dedicaban especiales y juzgaban y criticaban. La Unión
Europea recibía premios por no hacer nada; las personas humanitarias eran
juzgadas por hacer lo que no hacían sus gobiernos; y así con todo.
Cuando un gobernante admitía refugiados lo trataban de
falso y populista; cuando uno los rechazaba era un inhumano, pero inteligente
porque así no causaba que el resto quisieran invadir ese país, e incluso hacer
atentados.
¿Quién era peor de los dos?
Ciertamente todos, al menos a nivel estatal e histórico. Como ocurriera con la
nueva política que generaban, ahora la Historia también abrió una nueva etapa,
y no solo se hablaba de postverdad, sino que, desde algunos minúsculos
círculos, surgió la llamada Retour École, incomprensible en cuanto al nombre,
ya que surgió en España y se le dio un nombre francés, y redundante en cuanto
al sentido, ya que lógicamente la Historia es pasada; sin embargo, esta escuela
hablaba de estudiar el "detalle" de la Historia, para evitar hacer
generalizaciones que oculten la verdad en un mar de confusión, más aún en una
etapa de globalización, en la que todos escribían de todo, y nadie entendía de
nada. A ello, se le añadía un segundo objetivo: evitar que la política falsease
para sus intereses la objetividad histórica, confundiendo a la ya confundida
raza humana, y tratando de encontrar en esos "granos de arena", como
los llamaba su fundador, el origen del camino que se veía en el presente.
De esta forma, uno de los primeros granos de arena que se
buscaron fue esto precisamente, observar cómo la política europea volvía a ser
la culpable del problema mediterráneo: ellos habían usado escuadras y
cartabones en África y Oriente Medio; ahora las usaban para calcular los metros
de valla que necesitaban para evitar que sus víctimas -antiguos esclavos- no
fuesen nunca ciudadanos.
Esto es lo que sabéis, o deberías saber. Hasta aquí
vuestro presente e inmediato futuro. Lo que pasará después solo lo sabe Dios...
Y yo, que os hablo desde la culminación de un plan que ejecutamos sus herederos:
La escuela de la verdad política trajo consigo
nuevas sucesiones de "figurantes" que accedieron a la política, no
por su simpatía o sus promesas, sino por su imagen: a veces personas
atractivas, otras veces no; pero tod@s ell@s tenían algo en común, que atraía a
la gente de a pie, y era que decían la verdad, sin límites políticos, sino la
más pura realidad que el mundo siempre ha visto.
Con ello hacían promesas, y recuerdo textualmente,
"radicales, populistas, que nos llevarán a un desastre del que no nos
recuperaremos". En definitiva, promesas imposibles, utópicas, pero de gran
necesidad en una sociedad desesperanzada.
Poco a poco, y únicamente en los países del Mare
Nostrum, se alzaron estos gobiernos que, efectivamente, consiguieron llevar
a cabo sus promesas, con consecuencias terribles.
Sin embargo, la casualidad, en la que no creo, llevó a
que se conjugará un problema mucho mayor: Estados Unidos quebró. Parecía
imposible, pero sucedió. A lo cual se sumó el inquebrantable eje Moscú-Pekín, derivado
de la sucesión de otros dos hechos que les rodearon: el fin de la guerra -al menos
física- en Oriente Medio, tal vez lograda por esa incapacidad de los que antes
tenían hegemonía y que ahora veían imposible hasta respirar, aunque con
gobiernos muy frágiles y muy militares, pero de gran conexión entre ellos; y el
"error coreano", como lo calificó Johnson, que ya os he dicho, y del
que no quisiera hablar.
Ante esta situación Europa
colapsó, como casi todo el mundo, pero forzó a crear alianzas mucho más
pequeñas para reforzarse, y ello llevo a una unidad árabe como no se había
visto hasta entonces: el Norte africano consiguió convertirse, junto a la
Península Arábiga en el nuevo "primer mundo"; México salía casi
indemne, y el retorno de la población hispana llevó a un crecimiento económico
con respecto al otro lado del Canal -en vuestro tiempo, Telecinco nunca actuaba
para buscar beneficio, sino para dañar a Antena 3... Igualito que el ser
humano; tal vez por ello ninguno desaparecen-; la mitad de Asia que trataba de
aislarse del bloque contaminado buscó acercarse a estas nuevas potencias... En
definitiva, toda esta línea ecuatorial consiguió un irónico equilibrio.
El problema vino después:
El Norte, en general, que hasta ahora había estado viviendo
en el engaño y la despreocupación, tanto para ellos como para los demás, se
veía con el agua al cuello -en algunas zonas, literalmente-, y huían
desesperados hacia el Sur. El problema es que el Sur al que me refiero estaba
mucho más abajo del habitual, ya que los antiguos PIGS ahora eran corderos
indefensos que también necesitaban la ayuda del "más al Sur": las
corrientes contaminantes, las Bolsas hundiéndose, los gobiernos destrozados, el
caos y los movimientos anárquicos; todo se puso en contra de la otrora
"civilidad", y la civilización -ironías de la vida- buscó su
continuidad en el origen de la misma.
África, hasta entonces mina del mundo, todavía
ahora un mundo manchado de minas, se convertía en uno de los pocos
lugares donde sí se podía ver un futuro.
Muchos hablaron de "venganza histórica"; muchos
escribieron sobre los "candados de justicia" que debían ponerse;
muchos debatieron sobre las balas que se iban a gastar, y la moral con la que
se iba a contraatacar sin ninguna razón.
Yo fui, y sigo siendo del "Grupo Balzac"
-aunque algunos nos siguen llamando el "Grupo Lupus", por lo
de Hobbes, ya sabéis-, en tanto a que los que fueron débiles debían convertirse
en la más feroz de las venganzas.
En mi opinión, y aunque yo me viera afectado por ello, a
pesar de que no tuve culpa alguna, o al menos no en aquellos días, no se nos
debía dejar cruzar la frontera marítima. Ninguno que no fuese descendiente de
emigrantes africanos debía dejársele entrar. Solo los que volvían a su hogar, o
al que fuese hogar de sus antecesores, podía entrar en la Federación de Países
Norteafricanos.
Pero no. Nada de esto ocurrió, y los respectivos
gobiernos simplemente se quedaron quietos. Fue una difícil decisión, que, con
mayor o menor aceptación, acataron, pero no hicieron absolutamente nada;
literalmente no abrieron sus países, porque, sencillamente, nunca habían estado
cerrados, y tampoco pusieron concertinas... Tan solo se quedaron en sus
posiciones y recibieron a quienes iban llegando. Sin más.
Lógicamente esto traerá consecuencias
muy graves, y no tardarán en producirse revueltas, derrocamientos y
persecuciones. Pero, por lo pronto, lo que pudo haberse convertido en una de
las mayores catástrofes humanitarias, solo se quedó en los remordimientos de
aquellos que, desde su nuevo hogar africano, recuerdan una de las mayores
tragedias humanitarias.
Cuando aquello pasó habían transcurrido... No sé, unos 20
años -¿puede ser?- desde lo de las Torres Gemelas. Parece mentira eh, pero ya
había pasado tanto, y los que tenían unos pocos años más lo recordaban tan
nítidamente.
Pues bien, todo lo que ahora estoy relatando a mi...,
digamos mensajero, que será el encargado de transcribíroslo a vosotros,
ha tenido el mismo cuarto de siglo que tengo de edad.
Os he dicho que el Fin
del Mundo no es el fin, y nunca lo será, pero porque no se necesita tecnología
futurista ni paisajes apocalípticos para escuchar un presente -al menos para
mí- que tiene una nueva categoría cinematográfica: la eutanasia.
Podéis creéroslo o no. Puede suceder o no, porque al
contarlo, lo mismo cambia todo; sin embargo, el que estas líneas sigan
escribiéndose, como lo han hecho otras tantas, me predice que nada va a
cambiar, porque nada ha cambiada, porque nada cambiará. Aun así, si todo el
mundo tenemos un Adán y Eva en común, igual nos podríamos entender con un mismo
idioma; igual una sola voz baste para cambiar todo; igual todos somos
iguales...
Ya acabo, no os preocupéis, pero me gustaría deciros lo
que siempre hago antes de tumbarme sobre el camastro de la casa de Niara y
Ahiezer, mis anfitriones, mis salvadores, mi familia: cuando me tumbo, no me
pongo a rezar, ni a dar gracias por nada -eso lo hago con quien debo y en
persona-; no cuento ovejas ni pienso en lo que he hecho o podría haber hecho.
Cada noche, desde la diáspera europeo -no me he equivocado al decirlo-, pienso
en lo que me dijo mi padre, cuando me explicaba el porqué me habían puesto de
nombre Aylan, poco tiempo antes de que se fuera sucediendo todo:
«Cuando una persona está encerrada
en una habitación, piensa que puede ser la mano que cambie todo. Pero, hijo,
cuando esa persona alcanza la libertad, cuando ve lo que ocultaban esas
sombras, solo desea volver a la paz de aquella habitación. Pero, si no somos
nosotros los que soñamos, las pesadillas no cesarán. Sueña, ama y actúa.».