PARA BELLUM
Azul celeste arriba, dorado trigal abajo…
Lo recuerdo tan nítido como la polvareda
que ahora oculta nuestra vista. Fue una tarde, tan soleada como en la que me
encuentro ahora, y apenas a unos metros y años del lugar exacto en el que
empezó a gestarse este lamento. Entraba por entonces en la universidad, en
cuerpo y alma, y fue mi primer acto bohemio, y quizás el último antes de
cortarme la melena. Acudí a una charla que ofrecían unos jóvenes ucranianos en
la ciudad…, en la ciudad universitaria por supuesto, y fui con el supuesto de
conocer a los componente de mi camarilla para el futuro. Cumplí, y de sobras, y
no solo encontré nuevos camaradas, sino que aquella joven, cuya nacionalidad y
voz no conocía fronteras, comenzó con una anécdota, tan sencilla, como explicar
por qué su bandera era la que parece que ya no es. Por aquella época continuaba
escribiendo estos ignorados artículos, difusos y disgustados, que a estas
alturas se me presentan errados en palabra y conjugados en oxidados pistones
que se me clavan como lanzas. Artículos que expelían y se despedían de un aroma
a catástrofe (la mía); páginas y páginas tapizadas de ideas, sueños y conversaciones
apócrifos, que ahora se presentas apocalípticas. Artículos, ¡válgame o bástenme
dos!, para exagerar un dramatismo ahora corto, pero no sé si de moral o en
entendederas.
Artículos, aquellos, en los que ya
hablaba de palabras independientes, y en los que mi idioma se
tergiversaba, o se enlazaba, o se abrazaba o cualquiera de las sabas, que sin
ser reinas juegan con las palabras que se imbrican en este perverso imperio.
Una torre que, entonces, creía una suerte de unidad humana, en la que alcanzar
la sabiduría común… Ahora comprendo que en todo proyecto del hombre hay oculto
un mal hado, y en las altas atalayas solo se vislumbra el fuego
ofensivo. Las palabras también tienen ese dolo, armándose con una belleza que
despunta en un ristre de lanzas, y se posicionan de tal forma que se parapetan
a sí mismas. Imagen prosaica que nos acerca a lo más sacro de este carcaj (buscad,
si en vuestro gusto existe, de dónde procede este término, que acabará por
daros un espaldarazo de realidad); alegoría que abre un camino largo, como el
hambre que no tiene día, o la Biblia versificada.
Artículos que abrían la caja del
despropósito onírico, de falsos profesores que predicaban en los desiertos
palaciegos, que señalaban a unos y a otros como los causantes de la guerra apocalíptica,
apocalíptica en su más puro sentido etimológico de final, que no es sino el
destino apologético de todas estas incesantes esdrújulas. Desiertos que se
meten bajo el mar, que se quiebran entre minas negras, y que vuelven a salir
para convertirse en fértiles playas ahogadas por la inocencia de querubines
mortales. Desiertos de uno y otro confín, que se extendían, y siguen sin
entenderse, hasta bordearse unos con otros, y tocarse y confundirse como las
palabras. Incluso hay quien podría decir que hablan la misma lengua, y volvemos
de nuevo al principio.
Artículos que competen y comprenden la
totalidad de la Historia humana, reflejados en falsos mitos creados (¡acaso no
es todo artificial!), que se encienden sobre un infinito faro, vigía, treta y
ratonera de los más viles conocimientos políticos, atrapando con mieles la
bilis con la que envenena el futuro de su presa. La repetición del corsi en
que hemos convertido nuestro afluente universal en un recodo insalvable, y el recorsi
de las turbias aguas en que esta poza brota y gruñe sin descanso. Mito
cavernario iluminado con el fuego que a cañonazos se funde y remodela en otras
fronteras bajo el mismo cabezal; y con lenguas de otros siglos, inventadas
(¡acaso alguna es natural!) volvemos a encontrarnos con la prístina verdad.
Artículos que hablaban por sí solos, con
figuras figuradas, que suponen la mejor y peor versión de nosotros mismos.
Dualidades encontradas y enfrentadas, que se arriesgaban a decirse la verdad…
¡Valiente atrevimiento! Que empezaban por llamarse hermanos, y terminaban con
la misma gracia; especulando, como así era, dentro de un supuesto especular,
que dista mucho de la irrefrenable deriva de esta realidad, viva, aunque poco
más sobreviva. Hermanos que discutían y discurrían, que en esta última acción
hay demasiada inanición, y hasta creaban su propio lenguaje, único y especial,
para definirse como prójimos, que lo próximo que diga podrá ser lo primero que
ya haya dicho.
Artículos de temor, de un gobierno
televisado y televisivo, de un influjo que nos golpea con pantallazos
iracundos, inmundos y sin pundonor. Artículos que escriben sobre lo visto
(sarcástica ironía), sobre el poder sobre los televidentes, acerca de lo cerca
que nos ponemos delante del televisor y nos desesperamos sin atender a lo que
vemos, y lo vemos venir, lo esperamos como cierto, y no luchamos por saber si
es cierto. Una pandemia de ignorancia, desinformación y violencia inmediata que
solo se curaría cambiando un estanco electrodoméstico con una estantería de
sabia retórica. Un temor catódico, de ratos caóticos, que tan pronto hablan de
la democracia de unos, de la valentía de otros, como cambian de repente a
tachar de dictadores y de cobardes; y si dicen que la vida cuesta, la vida
sube; y si dicen que ya no hay bicho, ahora el bicho habla en otro idioma; y si
hay guerra, solo hay en un lugar, y no hay más, que los pueblos elegidos ya no
bombardean, solo median en otras guerras, y la demacrada democracia es símbolo
de libertad, como siempre, como siempre ha seguido bombardeando por las
espaldas. Esas espaldas que ahora ocultan la mano lanzada. Y volvemos a la
lanza del lenguaje que tanto cambia, que tanto interesa y me calla por su
verdad.
Una verdad que nos acerca a la misma duda,
de una telenovela imposible de planificar en la ficción sin que resulte
evidente su trama, y demasiado real para no creerla.
Artículos mil… Bueno: ese era mi deseo.
Y todos han estado encaminados hasta este momento; un preciso instante, que,
sin saberlo, me hace odiar todo el tiempo, el espíritu y las palabras que he
derrochado. ¡Y aún así hubiera sido necesario para todo esto! ¡Valiente ciclo
vicioso! De cada espacio comido por estas patitas de mosca retorcidas al gusto
de su creador, hubo un reguero oculto, del que me arrepiento en cada instante
de mi existencia. Un texto, más bien una línea, que como cita imperecedera
resume cada muro lingüístico con el que he construido esta verdad. Un
artículo que reservé, en acertado silencio, con cinco palabras postreras que
han permanecido selladas hasta hoy. Como un pentateuco predestinado, fui
castigado con esa preclara visión, que no era más talento que el conocimiento,
no presentido, sino sentido y asentido del que comporta nuestra raza. Pero tal
como sucedía entonces, el imperio que domina mis palabras no yerra en
conjurarse esclarecido, y anticipé algo que no es más que la indolente e
indómita naturaleza humana. Un retrato que he ido desgranando en cada artículo,
y qué casualidad inexistente, que el mejor y más absoluto trazo quedó encerrado
en la reserva de mi ejército verbal, esperando como bien sabía y malamente he
sabido, que esta verborrea se cumpliría más pronto que tarde:
“La piedra ha
sido lanzada”
Animales. Animales bípedos; animales
políticos. ¡Animales! Tanta evolución para crear nuestra propia destrucción.
Como los monos que en su propia odisea espacial juegan con las más básicas
armas, las piedras y los huesos de las víctimas que causaron dichas piedras,
nosotros avanzamos hasta esta caída sin igual. Aunque sí hay igual, que no habrá
distinción de rango y sangre para este derrumbe. La destrucción es un lenguaje
universal. Encaminado en este despropósito, recuerdo igualmente un camino
abierto dentro de la cárcel forrada que está hecha mi cabeza: en mi hipócrita
imaginación, sabiendo que esto iba a pasar, me adelanté a definir un artículo,
el último de todos (quizás este), que, como inútil increpación, se elevaba de
advertencia a las generaciones nacidas tras la debacle. Alguien, quizás tú,
encuentra entre las ruinas de la vida, un viejo aparato inservible en este
mundo, formado por dos láminas, con teclas que tienen símbolos aleatorios, como
aleatoria es su creación (y la tuya, y la mía), y consiga encenderlo, y en su
innata pretensión, consiga entenderlo: