Tú por yo igual-dá
El teatro del mundo
es el
eterno mal ensayo
de un buen guión.
Hacía
tiempo que no tenía noticias de él; vivía fuera por trabajo, o porque quería, o
porque nobleza obliga, o por algo de eso. Sea lo que sea, lo importante es que a
pesar de la diferencia de edad, de pensamiento... A pesar de la diferencia somos buenos amigos –el perfecto
ejemplo, tal vez-.
Decía
que lo primero que había pensado cuando aterrizó era en venir a verme, lo cual
me sorprendió bastante, aunque no quisiera yo dudar de lo que dice, más que
nada por no empezar a debatir de quién es más amigo de quién, y porque nunca
hay que rechazar comentarios como éste -por si son los últimos-.
Me
avisó de que llegaría sobre las tres de la tarde, así que comí deprisa para
dejarlo todo ordenado antes de que llegara; sin embargo, se me olvidó lo más
importante, lo que nunca hay que tener encendido si tienes un amigo que piensa
que fue antes el rojo que el color:
-
¡Viva el señor emigrante! -le dije nada más verle entrar por la puerta, sin
pensar en las consecuencias (hacía mucho que no hablaba con él, y se me habían
olvidado sus buenas costumbres)-.
-
Calla, calla, que no sabes cómo llego: tras horas de espera en el aeropuerto
por los incompetentes que hay por el mundo (luego dicen que si exilio
español, que si no sé qué… ¡Más españoles en Europa y se les iba la
tontería!); bueno lo que te decía, tras esa maravillosa experiencia, embarcamos
en un cacho de chatarra, que estaría hecha con los últimos pedazos de un tanque
checoslovaco, y me sientan al lado de un…
-
Total -le interrumpí, sabiendo que el pobre árabe, al que seguro que le iba a
poner un adjetivo alqaediano-, que muchas ganas de verme, y ni un triste
abrazo-.
-
Perdona, tienes razón. Ven a mis brazos, compañero… -aquel abrazo de reconciliación
me dio la sensación que significaba que aquel muchacho, que se marchaba por la
fuerza, se iba a quedar definitivamente con nosotros. Aunque ello también
conllevaba que, con él, venía el paquete estándar de comentarista, pues
aún no nos habíamos separado y concluyó:- Pero a Europa le hace falta mano
firme.
-
Voy a por algo de beber, deja las cosas donde puedas -le dije, zafándome de
aquellas letras que se unían sin saber por qué, mientras me encaminaba a la
cocina. Poco tardé en prepararlo todo, aunque en ese rato le empecé a dar
protagonismo a los recuerdos que tenía con él, y categoría de thriller a
los que estaban por llegar, y que, en esa misma tarde, iban a despertar. Cuando
salí me lo encontré rebuscando en la bolsa de mano que había traído:-.
- Sé
que no es mucho, después de tanto tiempo, pero…
- Ni
hacía falta siquiera que me trajeras nada -le dije, dejando las cosas en la
mesita que había entre el sofá y el mueble, y mientras se daba la vuelta.-
-
Insisto en que aceptes esto… -me reafirmé en el comentario anterior, aunque
esta vez usando mi voz interior, cuando me enseñó aquel presente, que tan
presente sigo teniendo. ¿Os imagináis esas camisetas de Benidorm de “me acordé
de ti”? Pues ni parecido: tantos años por Europa y me trae una bota de vino con
la cara de San Otmaro de Gales (que para quien no lo sepa fue el santo que os
va a hacer mirar la wikipedia estando de vacaciones)-.
-
Gracias... -contesté tras un silencio, en el que solo hacía que morderme el
labio y afirmar con la cabeza incrédulo. Tras otro silencio, proseguí:- Julio…
Amigo mío.
- De
nada, hombre, sabía que te gustaría -me espetó con toda la seguridad que le
dieron el resto de la santoral, doctores de la Iglesia y padres de la Unión
Europea; me soltó una palmada “de las de antes” en el hombro, y se sentó en el
sofá-.
Tras
aquel turbulento inicio, estuvimos hablando, largo y tendido, de su vida por el
viejo continente, y cuyas historias me reservo para otro momento, o
directamente para mi epitafio. Realmente pasamos un rato agradable (el tiempo
de esa conversación calculo que fue de una hora, aunque para estar seguros
acudiré a la medida internacional: una botella), y pude rememorar aquellos
buenos momentos, y también malos, pero que definieron nuestra amistad… Hasta
que ocurrió lo inevitable: fui a la cocina a por otra botella, y nunca debí
haber salido:
Julio
estaba mirando la televisión, con la misma cara que se le queda a uno al
descubrir que tus padres te pusieron el nombre, no por un héroe troyano, como
siempre habías pensado, sino por la casualidad de abrir el libro de nombres y
ser el primero en masculino de esa página, es decir, entre rabia e
incredulidad.
-
¿Eres gay? -de entre todas las preguntas posibles que tenía a su disposición,
mi buen Julio, al ver que el orgullo es nuestro, esa me soltó-.
Fue
aquí cuando empezó todo:
-
¿Por qué? -le dije, como única respuesta posible para un Amante de la
Historia-.
- Tú
respóndeme; para empezar estás viendo la cadena…
-
Verde -le ayudé a terminar-.
- No
es el color precisamente que buscaba, aunque eso siempre te lo he permitido -efectivamente
dijo “permitido”, pero alguno de vosotros puede que ya haya vivido su uso-.
Pero es que además lo has puesto para ver… eso.
-
Julio, para empezar, los heteros también pueden ver ESTO.
- Yo
soy hetero, y no lo vería -se atrevió a decirme-.
- Bueno,
yo soy católico y no vería 13tv (¿será por mal fario?). Pero es que además,
aunque fuera gay, bisexual o lo que me diera la gana, ni te debiera importar,
ni tampoco es algo que se deba “confesar”.
-
Hombre, pero es bueno que la gente sepa lo que eres, más que nada por… -el
silencio se hizo su ley, sabiendo que lo que dijera en esos momentos iba a
marcar mis palabras y mi tono desde ese momento-.
-
¿Por avisar? ¿Por advertir? ¿Por alertar, incluso? -le volví a ayudar-.
-
Pues mira, sí. Sería lo suyo saber si el hombre con el que estás sentado quiere
estar en otra postura.
-
¡Julio, por Dios! Ya somos mayorcitos para eso. ¿O es que acaso tú vas
“avisando” de que eres hetero para evitar que las mujeres que se sientan a tu
lado no se asusten al saber que quieres verlas en otra postura?
-
No, claro, pero porque eso ya se sabe.
-
No, claro, pero porque como ellas ya huelen tus feromonas no se sientan a tu
lado -de repente, y sin saberlo, Julio se empezó a reír, no sé muy bien si por
la situación, mi comentario… Al menos se agradeció un poco menos de tensión,
que poco duraría-.
- Es
que eso es lo normal -aquella triste
palabra, tan temprana en el debate que se había iniciado, hizo levantar mucho
polvo-.
- Son
precisamente esas ideas las que evitan la normalidad de lo que en sí mismo ya es.
- No
te confundas, eh, que yo tengo amigos, y alguna amiga y familiar, que son gais,
lesbianas y todo eso.
-
¡Échale pulgas al perro! Ese es el peor comentario que has podido hacer.
-
Pero, ¿por qué? Si no pasa nada.
-
Pues claro que no pasa nada, y no debería pasar nada. Mira -ya que parecía que
nuestro reencuentro se había normalizado, puesto que empezábamos el
primer debate de la temporada, me llené el vaso-, la indiferencia es el mejor orgullo.
-
Ahora sí que no te entiendo nada. Osea que me criticas porque te digo algo
cuando estás viendo eso, o esto o como quieras, te pregunto si tú también lo
eres, ¿y ahora me dices que deberíamos pasar de todo?
-
Pues sí. Y te diré por qué.
-
Porque según vosotros -efectivamente, dijo vosotros- todos nacemos bisexuales,
y ya a partir de ahí que cada uno haga un vivalavirgen con su vida, sin
preocuparse del daño que puede hacerse a sí mismo y a los que le rodean.
-
Julio, la sexualidad no es fumar. Además, ¡qué me estás contando de esas
chorradas! Yo qué sé si nacemos bisexuales o con forma de cerdo; a mí no me
metas en teorías científicas, médicas o parapsicológicas, que no entiendo más
que lo que podía entender Feijoo.
-
Otro buen político; y también gallego, para que veas.
-
¡El Padre Feijoo! Un ilustrado a quien te recomiendo leer.
-
Deja a un lado erudiciones y dime por qué te contradices.
- No
lo hago; afirmo que el mejor orgullo es tratar esto con la misma indiferencia
(la no diferencia) con la que te he dicho antes: si tú a tus padres a los 16
años no les dices “oye, mirad, que soy hetero”, a estas alturas tampoco tendría
que producirse escenas incómodas con las demás sexualidades. Repito, eso es lo
que debería ser: simplemente presentarles a tu pareja, y queredla como
otra parte más de la familia.
-
Por esa misma regla de tres, aquel o aquella que no se sienta con el sexo que
por naturaleza le ha tocado tendría que operarse, y cuando regrese a casa
convertida en yo qué sé, pues sus padres que no se sorprendan: “mamá, papá, ya
he llegado, ahora podéis llamarme Sofía”.
- No
banalices con esto, por favor. Obviamente hay casos y casos, pero te quiero
decir que la sexualidad, y el sexo, de una persona solo competen a esa persona,
y a nadie más. Y aunque estuvieras en lo cierto, y Dios dijera: “tú, hombre;
tú, mujer”, solo a Él le compete juzgar, a nadie más, y mucho menos a los curas
y obispos que, en su haber, tienen delitos mucho más penosos que el de amar a
una persona del mismo sexo, que hasta ayer, como quien dice, aún era pena de
cárcel.
-
“Dios los creó varón y mujer” -me recitó desde el púlpito-.
-
Vale, vale. Sigamos por esa línea. Al igual que crees en Dios, también creerás
en esas tonterías –le inquirí con ironía- de amar y respetar al prójimo, ¿no?
-
Pues claro.
- No
lo dudaba, como todos los que se han leído la Biblia para ser de curas hacia
arriba, y luego no hacen caso a lo que dice el Jefe (incluso el vicejefe, que
el nuevo Papa también dice que no somos nadie para juzgarlos).
-
¿Acaso te la has leído?
- El
Nuevo Testamento sí, y el Manifiesto Comunista también –mientras Julio iba
sacando el teléfono para llamar a un psiquiatra, o al cura del pueblo para
hacer el papeleo de la excomunión, continué-, y no encuentro mucha
contradicción.
-
Dejando a un lado el asunto divino, aunque es muy poco probable que Dios acepte
las perversiones y barbaridades antinaturales que cometen…
- ¿A
qué barbaridades te refieres? -impidiéndole continuar-.
-
¡Pero es que no ves cómo van! -me hizo ademán de mirar a la televisión,
mientras pasaba un grupo de personas en tanga, y alguno con plumas y
vestimentas de cuero-.
-
Claro, y te parece mucho menos decente que esas personas defiendan con ORGULLO
sus legítimos derechos, a que una persona trajeada vaya día sí día
también a los juzgados; cuando no, directamente, la misma política que debieran
concederles con el mismo orgullo sus legítimos derechos, protege, sin
embargo, a los elegantes.
-
Hombre, pero no mezcles peras con manzanas -ante eso, que dudo que supiera lo
que decía, agarré la botella, y brindé por la normalidad-…
Durante
unos minutos nos callamos para mirar un poco las entrevistas que iban haciendo,
y el desarrollo de la marcha, cuando surgió un comentario que hizo saltar las
alarmas de Julio:
-
¡Ajá! Ves como al final no tienen una plenitud moral, ni son tan superiores…
-
Pero, Julio, vamos a ver, lo primero estás hablando como si fueran una especie
aparte (ellos-nosotros); si es que en ese mismo comentario os contestáis
a vosotros mismos.
-
¿Acaso ahora no me has categorizado, y antes me has criticado por ello?
-
Tienes toda la razón, y te pido disculpas. Pero me da pie a lo que te quiero
decir: mira, ya sabes que odio las etiquetas, de hecho, me ha cabreado más que
me preguntaras (etiquetaras) de gay que otra cosa. Hay que mirar lo de dentro,
amar el interior, buscar en el interior, tuyo y de los demás, para saber lo que
quieres, de ti y de los demás.
- A ver, que yo solo digo como se denominan a sí mismos: heterosexual, homosexual, bisexual, pansexual… El LGTBI ese.
- Está bien, pero el Amor, al final, no tiene más nombre que el suyo propio: para mí, la libertad acaba donde puedas hacerte daño a
ti mismo o a los demás, a partir de ahí puedes ser Lo Que Decidas Ser y Amar
(LQDSA).
- Me
estás tomando el pelo, ¿verdad? Solo un hombre y una mujer pueden amarse, y de
ese amor dar el fruto de la vida.
- Y
vuelta a la Biblia… Que sepas que el amor sí que es divino; tanto que es como
los ángeles, no tiene sexo.
-
Vale, no te gustan las etiquetas, pero luego bien que criticas a que la
Iglesia, y, sobre todo, la “perversa derecha” es la única malvada en esta
historia, cuando la izquierda ha gobernado en muchos países y en muchas
ocasiones, y aún sigue habiendo lugares donde no están legalizados sus
derechos.
- El
problema de ello es que dos no se pelean si uno no quiere, y si aún no se
legaliza, es porque sigue habiendo una oposición conservadora…
- Y
la culpa, por supuesto es de la derecha.
- Yo
no digo eso; del mismo modo que no me gustan las etiquetas, tampoco me gustan
las generalidades. El ejemplo más sencillo es el propio ejemplo: siempre habrás
oído decir que todos los hombres guapos o están casados o son gais, o que los
gais son muy afeminados, y las lesbianas muy masculinas; ¿acaso todos los
hombres rudos y de pueblo no pueden ser ni lo uno ni lo otro?
- Sí,
pero lo que han dicho no tiene que ver con el físico, sino con la ética.
-
Obviamente hay de todo en todos lados, que es lo que acabas de escuchar en la
televisión: del mismo modo que hablábamos de una parte de la Iglesia que sigue
demonizándolos, mientras otra parte, incluido el Papa, habla con esa “in-diferencia
respetuosa” que te digo, dentro de los propios colectivos hay personas
machistas, racistas y de todo: ¡porque son personas! Como tú y como yo, que se
sienten diferentes a su sexo, que aman a su mismo sexo, que sienten diferentes
cosas.
- Yo
siento amor hacia las mujeres, y no por ello por desnudo por las calles de
Madrid gritándolo con orgullo.
-
Bueno, cuando te emborrachas sí -con ello conseguí sacarle una risa cómplice,
recordando que el alcohol iguala al mundo-. Además, el orgullo es,
precisamente, una forma de reclamar sus derechos.
-
¿Así que es una manifestación?
-
Sí, hijo, sí. Por desgracia.
-
Ahora vuelves a ser tú el que no está de acuerdo con todas estas payasadas.
-
Con lo que no estoy de acuerdo es con que sigan siendo necesarias estas
MARCHAS. Los heteros no tienen un desfile porque no lo necesitan, porque ellos
son tratados por la sociedad con la misma normalidad con la que se deben ver
anuncios con un matrimonio homosexual.
- No
hay razón en que eso sea normal.
-
Solo el ignorante cree que tiene la razón.
- ¿Y
eso no es insultar?
-
Tienes razón. Pero, con todo, debes admitir que esto no sería necesario si
cambiaran los comentarios que me estás haciendo. Porque, es verdad, ellos
tienen un día, pero porque en toda su Historia han tenido (y siguen teniendo)
cárcel, y porque en toda su vida han tenido (y siguen teniendo) miradas,
críticas y aislamiento.
- Al
menos entenderás que yo no pueda ver coherencia en eso.
- En
verdad, no. Mira quién está ahí -le dije señalando al televisor-, figuras de la
derecha española, alguno incluso es gay, y está casado, cuando hace unos años
se manifestaban contra eso.
-
Ahora dirás que las cosas cambian, y que me he de adaptar porque así ha de ser.
-
No, no, para nada. Las cosas han de cambiar, efectivamente, pero tú puedes
pensar lo que quieras, siempre que no hagas daño a los demás.
-
Eso es lo que hago; tampoco voy a raparme la cabeza y a tirarles piedras: que
no lo acepte no significa que pretenda acabar con ellos.
-
Eso sí que es un avance, y no que estén presentes en el orgullo; eso no es que
en diez años hayan tenido una revelación, eso solo es “postureo político”.
-
¿Entonces cuál puede ser la conclusión?
-
Ello mismo, que debería haber una conclusión. ¿Sabes quién dijo “ama y had lo
que quieras”?.
- Me
suena, pero ahora mismo no lo sé.
-
Pues eso ya se dijo hace bastantes siglos. Una perfecta teoría (el guión) de una obra que ninguno vamos a ver estrenada.
-
Sabes que tú y yo no discutimos, solo debatimos, y sé que nos respetamos,
decimos lo que pensamos; pero por mucho que cambien las normas, no lo harán las
costumbres.
-
Que los que en nombre de esas mismas costumbres, y, especialmente de Dios,
ataquen a sus semejantes, eso sí debería considerarse pecado y blasfemia.
- Y
por mucho que en este salón lleguemos
a algún acuerdo, solo será la punta de un iceberg por cambiar (el miedo en el
mundo del deporte, la igualdad y el respeto en las profesiones, evitar el bullying, las agresiones, etc.), y aún
que acordemos algo, nosotros tampoco cambiamos nada.
- Nosotros,
todos, incluidos ellos, que tod@s somos una minoría, porque todos somos igual de diferentes –me daba la
sensación de haber entrado en un momento de la conversación en que los dos
decíamos cosas similares, pero sin atendernos-.
- Yo
seguiré pensando lo que pienso, y tú, lo tuyo; yo te respetaré, y tú me
respetarás; nos dejaremos vivir, y viviremos juntos –y en este instante se
había alcanzado el fin de la marcha-...
-
Querido Julio, somos normales en la diferencia; ahí está la normalidad de la in-diferencia.
-
¡Qué filosófico eres a veces! Si lo sé, no regreso -nos reímos y brindamos-.
- Si
no hubieras venido, seguramente nunca (o muy tarde) hubiéramos tenido esta
necesaria y abierta reflexión. Sin embargo, me habrías hecho un favor…
- A
ver, sorpréndeme.
-
¡Que podría haber escuchado atenta y pasionalmente a Cristina Pardo! –Julio se
echó a reír- Esa mujer me enamora, y dice verdades como templos.
-
Tal vez como nosotros hoy aquí –creo que con ello quería decir que había que
dejar la fiesta (del orgullo) en paz-.
- La
vida es corta, las opiniones breves y la gente es contingente… Vivamos,
hablemos y convivamos; todo lo demás, a quién le importa...
ADVERTENCIA:
cualquier parecido de Julio (o mío) con alguna persona de vuestro entorno es pura casualidad…
Pero como yo no creo en las casualidades, hacéroslo mirar.
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