Dicen que el tiempo puede cambiar a
las personas, su modo de pensar y sus actos; sin embargo, los ingleses tienen
el privilegio de permanecer al margen del espacio y del tiempo sin que las
consecuencias les alcancen.
El Reino Unido de Gran Bretaña e
Irlanda del Norte –tan largo es su nombre como su contradictoria historia- ha
sido uno de los países más poderosos del mundo, y toda su grandeza la ha
conseguido a base de sangre, sudor y lágrimas; por supuesto, no las suyas, sino
la de sus colonos. El que, en un principio, era un reino desquebrajado, pobre y
lleno de enfermedades, se convirtió en la primera potencia mundial con la
famosa Revolución Industrial, sin contar con su expansión por todos los
continentes, cuyo máximo apogeo fue durante el siglo XIX.
Antes hablaba de la historia de
Gran Bretaña como contradictoria sin equivocarme: Este país fue uno de los
primeros en luchar por la libertad de los esclavos, pero, a la hora de la
verdad, ha sido uno de las potencias esclavistas más grandes. Por otro lado,
también ha sido pionero en la defensa de la libertad y los derechos humanos,
asunto que olvidaba en cuanto ponía sus pies en un territorio que le
interesaba; a su vez, castigó la expansión imperial alemana, causante de la
Segunda Guerra Mundial, pero, por alguna extraña razón, su imperialismo estaba
totalmente justificado.
Por supuesto, Gran Bretaña no ha
sido la única en controlar y sobreexplotar los recursos de extensos territorios
repartidos por todo el mundo. España también tuvo un gran imperio, un imperio
sin noche, aunque con alguna que otra tiniebla, pues he de reconocer que los
españoles también hemos dejado nuestra asoladora huella allá por donde
pasábamos; sin embargo, hay algo que nos diferencia de los ingleses: si España
hiciera lo que quisiese, sin límites, como Inglaterra, nos pararían los pies
sin dudarlo, pero al tratarse del “niño mimado”, todo le es permitido.
Al igual que Inglaterra y España,
hay una larga lista de países que han hecho, hacen, y, por desgracia, harán lo
mismo, o cosas más crueles, por su prosperidad, a cambio del bien de los demás.
Entre los que aparecen en esa lista, destaca, con mucha diferencia, Estados
Unidos, quien ha intentado controlar el mundo a base de su vanidosa y natural
predisposición por intervenir en guerras para evitar que otros controlaran lo
que él quería –de tal palo tal astilla-. Finalmente, lo ha conseguido.
Pero, no se me puede olvidar hablar
de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), cuya misión es la de velar por
la seguridad y la paz mundial –algo que me recuerda a la Sociedad de Naciones,
organismo que desapareció por el fracaso de sus responsabilidades y la falta de
igualdad de poder que tenían los diferentes países dentro del organismo-. Por
el momento, la ONU ha durado más tiempo que su antecesor, aunque sigue habiendo
mucha desigualdad en el organismo, y los conflictos entre países siguen siendo
un problema desestabilizador del organismo.
Entre las competencias que tiene la
ONU, se encuentra la descolonización, iniciada tras la Segunda Guerra Mundial,
de la cuál se encarga el Comité de Descolonización. En la actualidad, quedan 17
territorios por descolonizar, 10 de ellos bajo soberanía inglesa. Por el
momento, no creo que esos territorios adquieran autonomía de decisión, y menos
aún si la mayor parte pertenecen a la privilegiada Albión. Entre estos
territorios destacan, por su histórica tensión, las Islas Malvinas y el Peñón
de Gibraltar, convirtiéndose en las “Joyas de la Corona”.
La tensión en las Islas Malvinas,
reclamadas por Argentina, causó en 1982 la Guerra de las Malvinas, conflicto
que a penas duró tres meses, pero que provocó centenares de muertos y miles de
heridos. Tras la rendición de Argentina, Reino Unido recuperó su soberanía
sobre las islas, y la ONU sigue sin decidir qué país debe tener el mando del
territorio.
Por otra parte, se encuentra el
Peñón de Gibraltar, territorio que España cedió a Reino Unido por el Tratado de
Utrecht (1713) para alcanzar la paz por la Guerra de Sucesión Española
(1701-1713). La tensión por este territorio ha estado presente desde la firma
del Tratado; sin embargo, en los últimos meses ha adquirido mayor fuerza,
coincidiendo con el 300 aniversario de la firma del tratado.
Algún día, con paciencia y
tranquilidad, podría llegar a entender que, tres siglos después, Inglaterra, y
otras muchas potencias, siga poseyendo colonias a lo largo y ancho del planeta,
pero si el tiempo no logra borrar las posesiones territoriales de un país,
tampoco debería borrar las firmas que llevaron a este país a controlar a un
territorio y a sus gentes, sólo porque un sacrebleu se creyera testaferro del
pueblo. Sin embargo, este contrato que se firmó hace trescientos años, al
parecer, ha perdido su valor, pero no su legitimidad, pues Inglaterra sigue
controlando el territorio a pesar de que está vulnerando los acuerdos del Tratado
de Utrecht. El más importante, y por el que ha aumentado la tensión estos últimos
meses es el artículo X. En él, se otorga a Gran Bretaña "la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortaleza que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno". Es decir, a Inglaterra se le concedió la soberanía del peñón, la ciudad y el puerto, pero estableciendo unos límites, tanto marítimos como terrestres. Estos límites pactados se han vulnerado, ya que los gibraltareños han lanzado bloques de hormigón al mar, aumentando el arrecife y perjudicando a los pescadores españoles de La Línea de la Concepción y Algeciras. Además, Gibraltar pretende construir en un espigón, con el que gana más terreno, un complejo turístico, infringiendo, nuevamente y por completo, el artículo X del Tratado de Utrecht.
No voy a opinar si Gibraltar es un
patio de recreo, a pesar de que Inglaterra me recuerda al típico abusón que
quita sin saber, por la ley del más fuerte, debido a que su lema es “culo veo,
culo quiero”, y, por supuesto, no sabe para qué sirve ese culo, sólo lo quiere
por ambición e inmadurez; un paraíso fiscal, del que buen hogar habrán hecho
más de un político que yo me sé; o una tabacalera, al más puro estilo andorrano;
lo que sí voy a juzgar es la falta de coherencia que tienen estos países a la
hora de defender los términos “libertad”, “justicia” y “derechos”, porque sigo
sin entender cómo es posible que, en pleno siglo XXI, aún existan territorios donde
la gente siga bajo el control de un país cuyas palabras y actos son totalmente
incompatibles.
Estas palabras no significan nada frente
a la ambición y el egoísmo; sin embargo, las palabras son más valiosas que todo el oro y el poder que se puedan alcanzar. Tanto es así que en el momento en el que España más perdía, a su vez, más conseguía, porque cuando el sol de
España empezaba a eclipsarse, el ingenio de la lengua castellana brillaba como
nunca antes lo había hecho, y bien consiguió un siglo de perpetuo oro.
Así pues, al hablar de Inglaterra y
de sus colonias, no puedo evitar recordar estas breves pero inmortales palabras: << ¡Ser o no ser, he ahí la
cuestión!>>.
Bien, Héctor, me alegro de que retomes el blog. Buen artículo. Con tu permiso te subo a mi facebook. Nos vemos. Un saludo.
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