Oικουμενίδη


Oικουμενίδη

Enséñame, infinita Clío, lo que ocurrió en este acontecido mundo, y llama a tu hermana Calíope para poder contar y deleitar al cegado rebaño de cuántos errores seguimos pisando, que ya el pobre Eneas continuó con la tradición del hombre, y la traición de los dioses, y abandonando al único de sus destinos, causó el doble suicidio de cuantos esclavos tuyos has tenido.
Y cuéntame, además, de las labores de los mortales, que cumplen los dos destinos que desde lo alto se encargan, y encarnan la piel de los que escuchan impotentes la imponente voz de una balanza cada vez más vieja, y unos jueces cada vez menos sinceros, pues se puede escuchar la voz de las barbas sobre un trono, mientras ponen un cascabel al resto de monos que nos postramos frente al escabel...
Más allá de las Columnas de Hércules, en el horizonte donde el mundo debiera hallar su ecléctico e inevitable final, se encuentra el indómito reino de Tadoses, el de destinos manifiestos.
El reino de Tadoses se hallaba aislado de todo mundo, rodeado de agua por todos sus extremos, y aunque muchas son las leyendas acerca de su conocimiento, bien es sabido por los expertos del Ática, y las destruidas bibliotecas de Oriente, que solo un rey supo llegar con sus trirremes a aquel imposible lugar: Argantonio, el último de los soberanos del reino de Tarsis, donde las Gadeiras besan los brazos del poderoso Océano.
Según narran los sabios supervivientes del ya desaparecido Tarsis, el pobre rey Argantonio sabía que su óbito se hallaba cerca, pues había visto cumplido su sino, conquistando todas las tierras de su derredor, sometidas otrora por tribus de tierras arenosas; había sometido bajo su cruz al mundo conocido, y sus enemigos, si bien solo durmientes, le habían reconocido su poder.
Pero sabía que el Padre de todos los dioses tenía dos sinos para todos sus hijos, y así se había cumplido desde el fin del Caos, ya que todos los soberanos, desde Teseo, el constructor de civilizaciones, hasta Iskandar invicto, tuvieron que realizar dos trabajos heráclidas: el primero es el sabido, el cumplimiento de la labor humana, la misión terrenal que el Padre quiso para todos, y marcó desde el nacimiento de cada uno, incluso de él mismo.
El segundo es la apertura, la obra que se deja como testigo y que permite la continuación de los tiempos hasta el cierre del sueño babilónico.
En este segundo destino se vio envuelto Argantonio, cuando decidió adentrarse en el hogar tenebroso, en el finis para dejar su marca en las ondas de los tiempos, sin saber que acababa de abrir una caja que había sido cerrada con las cadenas de todos sus ancestros:
En el año señalado, y guiado por los astros, Argantonio mandó a sus mejores máquinas y sus formados hombres para conocer lo que los límites ocultaban... Tan bonitas palabras para un terror que se ha escapado del mismo Tártaro, en una Libertad corrupta, alejada del fuego constructor, de la luz primigenia, donde los dioses son hombres y atacan a hombres; y aún con todo, Argantonio, el de las ibéricas bondades, estaba dispuesto a agrandar su gloria, cayera quien cayera, como habían hecho los tiranos que precedieron en su mar.
Los trirremes consiguieron desembarcar en aquellas tierras, y Argantonio, el de las ibéricas bondades, cumplió su segundo sino; sin embargo, la apertura de aquel nuevo supramundo no evitó que el soberano le pagara a Caronte la deuda de todos los mortales; mas de sus obras y descendencias surgió un nuevo poder, ya no reino, sino imperio, y sus pueblos, vivientes en unas tierras sufridoras de continuas guerras, y conocedores de aquellas nuevos mundos, decidieron navegar guiados por el miedo y las ilusiones, y allí encontraron un nuevo hogar, y eran de Tarsis, pero ya no eran de Tarsis, y sus descendientes seguían rezando a los olímpicos, pero ya no eran olímpicos, porque el segundo sino confiere la bondad del sincretismo, que se va trasladando hacia el oeste, y hacia el oeste se va transformando, y perdiendo su esencia, que en su retorno trae la destrucción:
El celoso Zeus, que se complace en lanzar rayos, vio, como vio en otras ocasiones, pues es Padre y autor de los presagios todos, el poder que se alzaba en el viejo reino del ya recuerdo de Argantonio, y mandó infringir a su más acostumbrado competidor la fuerza de Némesis, y pensando en el desgraciado Ícaro, fue a su hijo Apolo, el que hiere de lejos, esta terrible misión:
El reino de Albrión, el de perpetua niebla, era un territorio puesto al norte de los ríos bárbaros, famoso por su inmenso odio a las tribus godas, y su nueva reina, Belisa, fue elegida para iniciar el nuevo orden olímpico, cuando el carro de Helios se hundió en el mundo no cognoscible, y Nix, la de brillantes secretos, veló nuestra existencia, el Prepotente Cronión mandó a su hijo a cumplir sus mandatos:
ZEUS: Apolo, a quien parió Leto, fúndete en mortales carnes y vestidos, y acércate al hogar de la reina Belisa, la de vírgenes traiciones, e insufla en su ánimo la siguiente orden: «Ah, Belisa, la de cabellos ardientes, reduce la furia de los hijos de Argantonio, el de ibéricas bondades, poniendo tu fe sobre su carnero de oro y plata».
Así habló el Padre celestial; mas su hijo no pudo contener las dudas de tan alto mandato:
APOLO: Oh, Zeus, Padre de los dioses y los hombres, así he de cumplir con todo lo que te pluguiere, aunque en el camino sepa que he de fallar, porque Belisa, la de vírgenes traiciones, no querrá hacer nada que suponga imitar a sus enemigos. Así, terribilísimo Zeus, ¿cómo haré para que el reino de Albrión pueda vencer sin seguir los pasos de los imperios que le han precedido?
ZEUS: ¡Cómo, Apolo soberano, te atreves a cuestionar mis justos trabajos! Mas debes tener razón si así has increpado a tu viejo Padre. Por ello le revelarás el secreto de las espumas, el pilar sobre el que se suceden los soles y sus gobiernos; tan frágil en su esencia, y tan poderoso en su disposición, pues solo él mismo puede vencerse:
»Hace tantos años como puedo recordar, hube de detener a los que en su segundo destino osaban llamarme Júpiter, y en mi nombre abrieron nuevos mundos, que son los que ahora revelan otros imperios; y en la avaricia de esos invictos mortales surgió la madre de estos sistemas, Boudica, de cuya alma surgió el rey Albrión, de nación extendida.
Su propósito fue el de convertir a su pueblo en pueblo, y separó sus tierras del resto del continente augusto, creando el reino que aún lleva su nombre; aunque la avaricia también pudo con este espíritu mortal, y supo convencer mis próvidos intereses para ayudarle en sus expansivas edades:
»ZEUS: Rey Albrión, el de pérfida lengua, escuché tus plegarias y por tu pueblo te daré un regalo en tus propósitos: toma este espejo, forjado por Hefesto, el ilustre artífice, y decorado por la impúdica Iris; con el espejo podrás hacer que las guerras de tus hermanos sean los males de Hades, y hacer de tus guerras, las paces que el mundo busca. El mundo te verá como mi vicario; tus enemigos serán vistos como los despiadados trabajos de Heracles.
»ALBRIÓN: Oh, Zeus, autor de los presagios todos, sírveme de tu poder y had que pluguiera por siempre mi cetro, y que mi nombre se escuchara en los cuatro confines del mundo, como así lo creía mi padre Sargón, y que mil estatuas se construyesen, una por cada acre de tierra que posean mis mapas; y que mi espíritu fuera la guía y la moral con la que se fundaran las ciudades, que debieran de contener los hitos de este reino, que solo al monte Olimpo le debe obediencia; y en tanto a dos mil años que fuese solo el inicio de mi linaje, no haya un lugar sobre el aire y bajo las aguas que no tuvieran que estar bajo el mandato de mi heráldica, con una estrella por cada guerra victoriosa, y un camino por cada capital federada, pues solo hasta ahora ha habido un Magno, y fue desgraciado en sus pasiones, mas Césares han respirado por cientos, y todos reconocieron mi valía, y todos quisieron quedar vinculados a mi sangre, y su sangre ahora ya no existe, y su legado está hecho legajos, sobre los que ahora se levantarán, con tu ayuda, mi poder.
»Así hice entonces, y de su mordisco, cien años de guerra se consiguieron en un mundo tan viejo como cansado; mas de aquello, ahora ya Mnemosine solo puede evitar su fertilidad, a pesar de que en sus palabras pude yo intuir al oráculo de Delfos, pues yo mismo creí darle razón entonces, y ahora y después se la daré, aunque, por ahora, ese espejo, oculto en mis sombrías nubes, usaré para que el río Océano no sea aprisionado por nadie».
Apolo escuchó atento a su progenitor, y tomando el espejo fue a cumplir la promesa que le había encomendado su Padre y Dios Máximo, y acudiendo ya al reino de Albrión fue poniendo vestiduras de heraldo, y se quiso acompañar de un hermoso cerdo, que era el animal patrístico de los mares imperiales, y con todo consiguió penetrar en el palacio, y engañando a todos los soldados, y complaciendo a todas las doncellas, accedió a las estancias de la reina madre -que no lo era-, y como si de un ánima se tratara, dispuso firmemente su engaño:
APOLO: Despierta, reina Belisa, la de vírgenes traiciones, y atiende al mandato de mi Padre, que es también el de los hombres, y tuyo por siempre, pues guía tus pasos.
BELISA: Oh, Apolo, el más fuerte de todos los dioses, ¿por qué vienes a romper mi descanso? ¿Oigo bien lo que me has susurrado? Zeus, que impera en las batallas, me requiere en sus desaires; y yo, como buena hija, reina por siempre que él lo presagie, he de obedecer, y así dime, Apolo, el de argénteo arco, ¿qué debo hacer para no caer en la ira del Crónida?
APOLO: Bien has hablado, y mejor obrarás, si te contienes en esta actitud, pues tu misión es vencer al linaje de Argantonio, el de ibéricas bondades, para que su osadía no lleve a la conquista del mismísimo Olimpo, y por ello debes avanzar dos leguas, cada vez que su pueblo lo haga una; o entorpecerles una cuando quieran avanzar dos, y, en definitiva, evitar una nueva Ilión, entre dioses y hombres.
BELISA: Oh, divinal Apolo, ¡cuantísimo pluguiera complacerte en tales verdades! Que bien es cierto que el poderoso sur está dominando los cuatro costados del río Océano; mas no puedo intervenir sin caer en los mismos fallos que en el ágora les increpo, pues de negra leyenda están cubiertos, y no quisiera cubrir a mi pueblo con ese manto para los tiempos venideros.
APOLO: Hermana mía eres con razón, pues eso mismo le debatí a nuestro terribilísimo Padre; mas supo abrirme cuán equivocado estaba con el regalo que ya hiciera a tu padre, Albrión, el de pérfida lengua, y que ahora te entrega a ti, para obrar como quisieres, cumpliendo la misión del Crónida, sin que nadie pudiera reprocharte más que el que no lo hubieras ejecutado antes: así, te entrego el espejo con el que te elevarás sobre todo imperio mortal.
BELISA: Ah, mi padre Albrión, padre terrenal de mi pueblo; si él ya obedeció a Zeus, esposo de Hera, ¡cómo no voy yo a cumplir con sus porfías! Y solo una cosa te exijo, como hermana y servidora, y es que me enseñes a usar tan magnífico artificio, digno solo de quien lo forjó.
APOLO: Y así debe quedar, pues solo a manos divinas pertenece, y solo a ti se te entrega como préstamo, como la vida misma, y ambas cosas devolverás al Crónida cuando cada una finalices; aunque el uso del primero es más sencillo, pues solamente has de mirarte en él, con rostro de paz y armonía, y cada vez que guerrees o dialogues, o pretendas convencer a tus ejércitos de que lo que hace el enemigo es peor de lo que haces tú, aun siendo los mismos actos, deberás colocar el espejo frente a ellos para que queden irradiados por el falso reflejo, pues ellos se colocan de forma opuesta a lo que el espejo muestra, y tan sencillo ingenio será la más poderosa de las armas.
Y dicho ello, Apolo, el que enardece a los guerreros, desapareció sin que Belisa pudiera haberle contrariado, dejando el artificio junto al lecho de la reina, quien no dudó en usarlo desde la mañana siguiente, venciendo a las armadas, saqueando los puertos, guerreando y dejando guerras abiertas, porque su hálito final llegó, y tras ella dejó trece hijos que la sucedieron, aun habiendo dejado un trono vacío, y es que tan irónica contradicción es solo propia de los más largos animales políticos.
Pero Belisa no cumplió con lo pactado, y no porque no quiso, sino porque a cada generación le toca superar la anterior, y la avidez de sus trece sucesores llevó al saqueo del espejo, que llegó al reino de Tadoses, o al menos a lo que quedaba de aquel vergel, pues se había dividido en tres satrapías: la del norte, para los trece hijos de Belisa, la de ardientes cabellos; una temporal zona gobernada por el linaje de Vercingeto, y el resto quedó para el pueblo de Argantonio, que desde entonces se llamaría Hispal...




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